El pasado día 17 de agosto de 2011, todas las personas relacionadas con la Familia Calasancia, laicos/as, religiosos/as, niños/as y jóvenes fuimos convocados en el Colegio “La Inmaculada” que los PP. Escolapios tienen en Getafe para el I Encuentro de la Familia Calasancia, con el lema “Arraigados en Calasanz”.
Después de la Eucaristía en la que agradecimos juntos el don de ser Familia Calasancia en la Iglesia celebramos el Festival de la Familia Calasancia “Se parece el Reino de los Cielos” con tres partes: la primera: José de Calasanz, la más pequeña de todas las semillas; la segunda: Las Escuelas Pías, … que crece hasta hacerse un árbol grande; y la tercera: la Familia Calasancia, …Y vienen de todos los lugares a cobijarse bajo sus ramas.
Para esta tercera parte se me invitó a escribir un testimonio que pudiera expresar ante los/las jóvenes que significa para mí vivir hoy vinculada a la Familia Calasancia. Lo que escribí fue lo siguiente:
Soy Escolapia, me llamo Elena. Ser escolapia puede parecer sólo la rama de un buen árbol, pero lo que para mí hoy es una manera de vivir, ha sido también una manera de ir creciendo.
De pequeña, en el colegio, descubrí a Calasanz y los escolapios, profesores y religiosos, quisieron que, de la mano de ese gran maestro hundiera mis raíces en Jesús, me enseñaron a querer a María y a acudir a ella siempre que lo necesitara. Al acabar la E.G.B. yo quería ser maestra como Calasanz y como mis profesores y acercar a los niños y jóvenes a Jesús a través de la educación.
Durante los años siguientes, aunque bebía de otras fuentes, Calasanz seguía alimentando mi vida en los grupos de catequesis de la Parroquia. El año que estudiaba 1º de Magisterio, fuimos a celebrar la Pascua junto con otros jóvenes a la casa que los Escolapios tienen Cercedilla. Fueron tres días muy intensos: descubrí a Calasanz como un segundo Job, que confiaba en Dios continuamente y, en el momento de mayor dificultad, confió en Dios y se durmió; sentí que el Señor me invitaba a confiar en Él y entregarle mi vida; y descubrí a una mujer que también hundió sus raíces en Calasanz: Paula Montal.
Como Calasanz, Paula Montal se fijó en María, aprendió de ella a ser educadora para educar cristianamente a los niños y jóvenes; puso toda su vida, todo lo que hacía y vivía y las alumnas de sus escuelas bajo su protección; su lema era “Salvar a las familias enseñando a las familias el Santo Temor de Dios”, quiso extender a la mujer la obra que, tres siglos atrás, había comenzado Calasanz.
Creo que puedo decir que soy escolapia desde momento que salí del colegio, porque la savia de Calasanz corre por mi interior y porque en la Escuela Pía Femenina la he encontrado la manera definitiva de servir a Dios, haciéndo el bien a los niños y jóvenes y no los dejaré por cosa alguna del mundo.
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