Otra vez -te conozco- me has llamado.
Y no es la hora, no; pero me avisas.
De nuevo traen tus celestiales brisas
claros mensajes al acantilado del corazón,
Y no es la hora, no; pero me avisas.
De nuevo traen tus celestiales brisas
claros mensajes al acantilado del corazón,
que, sordo a tu cuidado,
fortalezas de tierra eleva,
fortalezas de tierra eleva,
en prisas de la sangre se mueve,
se recrea, alzado.
Y tú llamas y llamas, y me hieres,
y te pregunto aún, Señor, qué quieres,
qué alto vienes a dar a mi jornada.
Perdóname, si no te tengo dentro,
si no sé amar nuestro mortal encuentro,
si no estoy preparado a tu llegada.
y te pregunto aún, Señor, qué quieres,
qué alto vienes a dar a mi jornada.
Perdóname, si no te tengo dentro,
si no sé amar nuestro mortal encuentro,
si no estoy preparado a tu llegada.
Escuchar la llamada, ya es un GIGANTESCO paso. Tú al menos, le has dicho que sí sin reservas y seguro que eso mitiga el efecto de (como tú dices) no estar preparada.
ResponderEliminar¡Ánimo!