jueves, 17 de junio de 2010

EL ESPÍRITU SANTO ESTÁ SOBRE MÍ

Me llamo Elena y el sábado 17 de abril de 2010 me entregué totalmente a Dios en las Escuelas Pías para siempre.
Aquella tarde dije que quiero entregar mi vida al servicio del Evangelio por medio de la educación integral de niños y jóvenes, sobre todo de los más necesitados y dejar que la vida crezca en los demás; quiero dar testimonio de haber puesto sólo en Dios mi confianza, abandonarme en sus manos de Padre, aceptar con humildad mis propias limitaciones y poner con alegría, al servicio de los demás, toda mi capacidad de trabajo y mi tiempo mismo y quiero ofrecer a Dios mi propia voluntad, y, en actitud humilde, tratar de descubrir la voluntad de Dios a la luz del Espíritu Santo a través de las mediaciones, dispuesta siempre al servicio del Reino, encarnando el misterio de la Cruz y de la Resurrección.
Aparentemente esta semana no ha cambiado nada: vivo en la misma comunidad, tengo en clase a los mismos niños, estudio en el mismo lugar; sin embargo, aún haciendo las mismas cosas, empleando el tiempo en las mismas tareas de antes, este paso supone algo esencial e importante: siento que mi vida no me pertenece, que se la he entregado totalmente a Cristo para ser instrumento de su Amor a todos los hombres, “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Mi vida ya no es mía, es del Señor y de los demás, de aquellos a quienes el Señor me envía: a los niños y jóvenes de las clases, de los recreos, de los pasillos; a mis compañeros de trabajo, colaborando codo con codo en la construcción del Reino; a mis hermanas, dando lo mejor de mí para construir fraternidad; a mis compañeros de la Facultad,…
Esta decisión, que da sentido a toda mi existencia, lejos de “quitarme nada”, me hace muy feliz. Siento una gran felicidad y paz interior por haber encontrado lo que da plenitud, lo que llena mi vida; tranquilidad al saber que, más allá de lo que haga o diga, está el Señor inspirando mis palabras, mis gestos; que no soy yo quien tiene que recoger los frutos, sino que tan solo he de sembrar, anunciar a todos que Dios les ama y que nada ni nadie podrá apartarles de ese amor. Esta es la única seguridad que tengo, el Amor de Dios, nada más y nada menos, pues, como decía Santa Teresa: “quien a Dios tiene, nada le falta”. Dios me ha elegido y eso me hace infinitamente feliz.
Para estar así de feliz sólo hacen falta dos cosas: “ponerse a tiro”, escuchar lo que el Señor quiere de cada uno y responder con humildad y generosidad a su llamada.

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